Veinte años sin Gregory Peck: carisma y conciencia de Hollywood

Gregory Peck

MADRID.- Carisma, belleza, sentido del humor y compromiso con su oficio y con los tiempos que le tocó vivir, Gregory Peck aunó todas las virtudes del galán clásico de Hollywood y algunas más, tal y como le describe el documental que estrena este 12 de junio el canal TCM coincidiendo con el vigésimo aniversario de su muerte.

Audrey Hepburn, con quien rodó «Vacaciones en Roma» (1953), le define como «el actor más auténtico de su tiempo» y destaca su serenidad, humildad y valentía en el arranque de «Gregory Peck, el gran actor (Gregory Peck, The Gentleman Actor, 2022)», dirigido por Grégory Maitre y que repasa su trayectoria personal y artística.

Nacido en La Jolla, California, el 5 de abril de 1916, fue criado por su abuela a raíz del divorcio de sus padres cuando tenía cinco años. Fue al instituto en San Diego y a la universidad en Berkeley, donde descubrió el teatro universitario.

Gregory por entonces se llamaba Eldred, cambió de nombre el día en que se bajó del tren en Nueva York para estudiar con Lee Strasberg. Era octubre de 1939 y tenía 23 años. Participó en montajes de Molière, Strindberg o George Bernard Shaw y recibió clases de movimiento con Martha Graham.

Una lesión de espalda le ayudó a librarse del servicio militar. En 1942 recibió buenas críticas por su primer papel importante en la obra «The willow and I» y ese mismo año se casó con la peluquera Greta Kukkonen, con quien tuvo tres hijos.

Uno de ellos cuenta en el documental que en aquella época el teatro lo era todo para su padre y que la idea de trabajar en Hollywood le parecía rebajarse. Luego probó y resultó que le gustó, explica él mismo. Debutó en 1944 en el filme bélico «Days of glory» con un estilo aun poco pulido e influido por el teatro.

Fue su siguiente película, «Las llaves del reino», la que le abrió verdaderamente las puertas del cine. La prensa se rindió a él y obtuvo su primera nominación a un Oscar. David Selznick, que inicialmente le había rechazado, le reclutó para rodar «Recuerda», de Alfred Hitchcock, junto a Ingrid Bergman.

En seis años rodó trece películas y ganó el Globo de Oro y una segunda nominación al Oscar por «El despertar» (1946), lo que dio pie a una multiplicación de su fama y a una sucesión de papeles de héroes duros y cultivados.

Sus opiniones antibelicistas en plena guerra de Vietnam le valieron la enemistad de Nixon. «La hora final» (1959), de Stanley Kramer, desacreditada por la agencia nuclear estadounidense, fue la primera película sobre un apocalipsis nuclear.

Peck usó su fama a favor de la lucha contra el cáncer, el analfabetismo o las artes.

Cuando leyó la novela de Harper Lee «Matar un ruiseñor» (1960) lo hizo del tirón en una sola noche y al día siguiente empezó a mover los hilos para rodar la película sobre ese padre ideal y abogado dispuesto a defender a un hombre negro acusado de violación.

Era la fusión perfecta de personaje y actor, le vino como anillo al dedo, la película se estrenó solo un año antes de la famosa marcha en Washington en la que Martin Luther King pronunció su famoso discurso y le valió su primer Óscar.

En 1975 se produjo la gran tragedia de su vida, el suicidio de su primogénito, Jonathan. Peck vuelve poco después al set de rodaje, del que se había apartado, con «La profecía» (1976), un nuevo giro a su carrera, a la que siguió el personaje cruel y sin principios de Mengele en «Los niños del Brasil» (1978).

Su deseo de interpretar a Lincoln se vio colmado con la miniserie «Azules y grises» (1982) y en «La voz del silencio» (1987) hizo de presidente de Estados Unidos. Su último papel, a los 82 años, fue de nuevo en «Moby Dick» (1998) pero esta vez una serie y en el papel del padre Mapple.

Sus restos descansan en una tumba situada en la cripta de la Catedral de Los Ángeles, la ciudad en la que vivió y murió.

EFE