MADRID.- Después de 74 minutos de frustración con el balón, un penalti transformado por Antoine Griezmann y una conexión definitiva entre Rodrigo de Paul y Alexander Sorloth, ya en el 86, obraron la remontada de Atlético Madrid contra Alavés por 2-1, cuyo convincente y resistente ejercicio defensivo no fue suficiente para puntuar en el Metropolitano, aún un territorio inaccesible para él.
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— Atlético de Madrid (@Atleti) November 23, 2024
Sí retrató a Atlético durante mucho tiempo. Lo aplacó, descubrió sus limitaciones, creó innumerables dudas, con el mérito que eso supone en un escenario de magnitud del estadio rojiblanco, del que el equipo vitoriano se fue sin ningún premio, superado por la energía final del equipo de Simeone, por la decisión de De Paul y Sorloth.
Hará mal Atlético con conformarse con un triunfo así. Alejado de las expectativas y de su nivel desde hace semanas, casi desde el principio del curso, su regreso al origen ha sido más fortuito que real, dentro de un laberinto este sábado cuando debió proponer, crear y atacar contra un equipo cerrado, pero ganador al fin y al cabo. La victoria da tiempo para mejorar.
Simeone, aclamado, aplaudido y agradecido en los instantes previos al partido, por sus 700 encuentros al frente del conjunto rojiblanco, acudió al pasado para resolver el presente. La fórmula de antaño, aquella defensa impenetrable, aquel contragolpe letal, aquel medio campo de Gabi o Tiago, aquella potencia de Diego Costa, aquel Atlético que presionaba en los primeros minutos como si fuera el último partido de sus vidas, aquella intensidad…
Partido a partido hasta 700 pic.twitter.com/UTHCEvQ87J
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Un anhelo. Un recuerdo. Este Atlético no es igual. No se parece. Ni en características ni en mecanismos. Es distinto. Aún rebusca su identidad. No la tiene todavía. De las sociedades ofensivas a las que apelaba el técnico al principio del curso, entre fichajes como Julián Alvarez o Alexander Sorloth, aparte de disponer de Griezmann, cambió hasta la esencia defensiva de ahora, que ni es tan firme ni concluyente como hacen creer sus marcadores.
Encomendado al momento de Jan Oblak en ambos triunfos, también a una pegada casi absoluta (cuatro tiros entre las dos victorias), había disimulado sus dudas, pero ni era tan efectivo como fue en su retaguardia ni era tan contundente como entonces en ataque. Ni respecto a aquella ni a otras precedentes, como LaLiga 2020-21 que ganó con otro estilo.
En otro tipo de partido, Atlético enseñó sus defectos en el primer tiempo y más allá. Su indefinición. Su lentitud cuando debe mover la posesión, cuando se transforma en un bloque tan previsible en la transición que todo lo que ocurre más adelante siempre es en ventaja de su rival, cuando enfrente lo aguarda un equipo armado, riguroso y colocado, beneficiado por la acción fortuita que derivó en una mano, en un penalti y en el gol con el que, recién sentados algunos espectadores, se adelantó Alavés en el Metropolitano. Apenas era el minuto 7.
El centro de Carlos Vicente por la banda derecha golpeó claramente el brazo de Javi Galán, seguramente sin intención, pero tan abierto, tan alto, tan visible, que el penalti fue meridiano. Ni siquiera generó una protesta. Sólo el lamento del carrilero por tan mala fortuna. Sólo la celebración visitante por el golpe de suerte. Guridi lo ejecutó con seguridad.
No sólo era un gol en contra tan pronto, en el ambiente silencioso del Metropolitano entonces, entre el murmullo después, incluso con pitos por momentos, sino un desafío con el balón para otro Atlético bien distinto en obligaciones sobre el terreno del que visitó y ganó en París o Mallorca. No bastaba con defender, con aguardar su ocasión, con esperar su momento, con un pelotazo de Oblak. Lo debía proponer, crear y definir ante una muralla.
Ahí es cuando Atlético percibió la dificultad y sus limitaciones. Entre tanto adversario por detrás del balón, ordenado, a veces hasta con una línea de seis atrás, la velocidad en la combinación, el desmarque o la ejecución es oro. El giro desbordante, el ingenio, la visión o el cambio de juego multiplican aún más su valor. La ambición se da por hecha de antemano. El primer tiempo del equipo rojiblanco fue un ejercicio insistente de frustración.
Al descanso, Simeone movió fichas: Giuliano por Llorente, Sorloth por Galán. Energía y remate. No prescindió de nadie en el medio campo, soporífero. Tampoco de Correa, perdido entre la altura de Mouriño y Abqar. Rebuscó un nuevo partido con la insistencia de Giuliano y con la envergadura de Sorloth dentro del área. Más centros al área por los costados ante la imposibilidad de entregar el balón en otras condiciones en el área.
Creció Atlético, más opresivo para Alavés. Dudó algo por primera vez el equipo vitoriano, resistente, en su partido desde mucho tiempo antes, entre su defensa y el beneficio del paso del tiempo. Jugó con el cronómetro, con la precipitación del equipo rojiblanco, con el transcurso de un duelo que mantenía donde quería.
Y, cuando no, observó con alivio cómo Lenglet cabeceó un centro perfecto con total desatino. Después, pasado un buen rato, Giuliano Simeone rebuscó el gol, negado por Sivera, sin más trabajo hasta el minuto 75, cuando Atlético se encontró con un penalti como antes lo había hecho el Alavés.
La mano de Abqar al remate de Sorloth fue menos estridente. En una pugna aérea con el gigante noruego, el remate del delantero golpeó en el brazo del central, con la articulación extendida, quizá de forma natural. El árbitro señaló el penalti. El 1-1 de Griezmann, lanzado sin éxito Sivera a por el disparo. El centro lo había puesto De Paul, que fue definitivo después.
Como antes, pero con un detalle de su visión y su precisión, tan desesperadamente intermitente tantas veces, el centrocampista argentino desbordó a la defensa de Alavés con un pase al desmarque, igual de perfecto, de Sorloth, que remachó con la derecha la agónica remontada de Atlético, vencedor cinco partidos seguidos diez meses después. El triunfo número 413 de Simeone en 700 partidos.
EFE