Madrid.- El Atlético de Madrid goleó 3-0 al Osasuna para asegurarse, matemáticamente, su puesto en la proxima Champions League. Esta será la úndecima campaña en fila que el colchonero dispute la fase de grupos del torneo de la mano de Diego Simeone.
En su papel más secundario en el conjunto rojiblanco desde su vuelta del Chelsea, Saúl Níguez fue el protagonista del día en su regreso a la titularidad en el cuadro rojiblanco.
Sus dos acciones fueron determinantes. En el valor más pujante e incontestable del fútbol, en los goles, él fue indispensable. En el 1-0, cuando el duelo enfilaba el descanso entre los bostezos en la grada, por el pase con el que habilitó de primeras el contragolpe que después dirigió Antoine Griezmann y finalmente culminó Yannick Carrasco sin más oposición.
Y en el 2-0, cuando el partido se movía en esa inquietud evidente, más aún en el Metropolitano, que supone una renta mínima, una actuación espesa y una propuesta aparente de su adversario, hasta que el centrocampista ilicitano lo zanjó con una de sus cualidades más expresivas: la llegada desde medio campo, que visibilizó Rodrigo de Paul. Su control con el pecho y su volea con la derecha ya fueron concluyentes para el encuentro.
Saúl fue la solución. El 3-0 lo marcó Ángel Correa, ya en el tramo final. Rodrigo de Paul fue el asistente del 2-0 y del 3-0. Osasuna se queda a tres puntos de su pretensión europea.
No fue un partido brillante del Atlético. Tampoco de Griezmann. Una garantía siempre. Un espectáculo normalmente desde el Mundial en adelante. Tampoco lo fue globalmente del equipo rojiblanco, que rebajó su fútbol respecto a compromisos precedentes en casa. Al 5-1 al Cádiz, al 3-1 al Mallorca, al 2-1 al Almería, al 3-0 al Valencia, al 6-1 al Sevilla… Ni tantas ocasiones ni tanto juego. Pero sí tres goles.
Cierto que, antes de todo, el Atlético primero chocó con los postes. Y que su espléndida aparición sobre el terreno, diez minutos más o menos de fútbol trepidante, desbordó mucho más a Osasuna de lo que lo hizo después, por más que los goles llegaron cuando su vendaval inicial ya había amainado.
El equipo navarro, entonces, resistió agarrado a la madera. Primero, al larguero, en un centro chut de Griezmann. Después, al palo, en sendos remates de Saúl Ñíguez, cuyo rechace terminó en un gol anulado a Morata, y el internacional francés. Poco más de un cuarto de hora. El primero. Sin goles. Con más fútbol que la hora y cuarto posterior, que fue cuando, en contraposición, resolvió el encuentro a su favor. Por pegada.
En el tránsito hasta entonces, se enredó en el sopor. En cuanto se ajustó Osasuna, en cuanto se recompuso en su aspecto competitivo, en cuanto afinó sus mecanismos, remarcó su posicionamiento y se atrevió a cruzar más allá de medio campo, un terreno inexplorado casi hasta entonces, el Atlético decreció considerablemente. Ni tan rápido ni tan ágil ni, sobre todo, tan preciso. Por ahí, surgió un remate de Chimy Ávila que sobresaltó a Grbic, el reemplazo de Oblak. Ofreció nuevas dudas cuando el balón rondó su portería.
Y, de repente, se fue al descanso en ventaja. Cada despeje fue aún peor en la acción. Incluso lo fue el balón llovido de Mario Hermoso a la altura de medio campo. A nadie. David García fue a por él, al duelo aéreo con Morata. Lo venció, sólo aparentemente, el central; lo perdió el delantero -fuera de combate en el suelo, directo al vestuario antes del intermedio, tras ser atendido sobre el césped- y provocó el 1-0, porque la jugada siguió su curso sin pausa.
El despeje de David García lo hizo bueno Saúl, de vuelta a la alineación titular once encuentros después, el elegido para suplir a Lemar por delante de Pablo Barrios, con el toque perfecto de primeras para la carrera de Griezmann y Yannick Carrasco frente a Aridane, el único rival entre los dos más allá de la línea del centro del campo, en una desventaja visible que aprovechó el francés para asistir al belga, que culminó el gol.
Ya no regresó Morata al terreno, cambiado por Correa. Tampoco Chimy Ávila, sustituido por Juan Cruz en Osasuna, que emuló a su rival con una estructura de cinco atrás para la segunda parte, en la que se propuso el empate. Su intención fue visible desde el primer momento. No acertó entonces Aimar Oroz con su remate, flojo a las manos de Grbic.
La inercia era diferente. El Atlético lo sintió, más atrás, más expectante, más exigido. Hasta que Saúl determinó el desenlace del partido con su irrupción en el área, su control con el pecho, su volea con la derecha y con el 2-0. Un reencuentro para el centrocampista, fuera del foco desde noviembre y ahora protagonista. El 3-0, ya en el minuto 84, fue de Correa, que culminó la clasificación para la Liga de Campeones. Se lo dedicó a su madre.
EFE