NUEVA YORK.- A sus 82 años, Louis Mendes sale todos los días a la calle acompañado de una cámara de 1940 y un elegante sombrero con el objeto de vender sus fotografías en polaroid por Nueva York, y aunque lo hace desde la década de los cincuenta, no fue hasta la llegada del siglo XXI que se dio cuenta de que era mundialmente famoso.
“Estaba caminando por las calles y veo que un coche está dando vueltas a la manzana y de repente sale un chico asiático del vehículo y corre hacia mí para mostrarme su fondo de pantalla, era una foto que me había tomado hace dos años (..) Así fue cómo descubrí que yo era famoso”, cuenta a Efe el artista.
Aunque el fan que más le impresionó fue un profesor peruano que se tatuó en su brazo a Mendes y su cámara.
Es difícil pasar por delante de este «dandi» y no pararse a contemplarlo, pues parece sacado de otra época no solo por cargar una cámara que podría estar exhibida en un museo, sino porque siempre va muy bien vestido, con traje de chaqueta o una gabardina de cuero y un sombrero.
Empezó a sacar retratos en polaroid en 1959, cuando un conocido le propuso sacar fotos en una discoteca.
“La cámara me costó 300 dólares. Tuve que ahorrar porque para mí ese precio era el salario de tres semanas. Pero recuperé mi dinero en la primera noche de trabajo vendiendo fotos a 2 dólares”, recuerda.
Mendes ya no trabaja retratando la vida nocturna, ahora está en la calle, y tiene un recorrido más o menos fijo: por las mañanas se sienta en una silla en el céntrico parque de Bryant Park, luego se da un paseo por Times Square o se para frente a una local de cámaras fotográficas en la calle 34.
Mientras que los días que hace frío trabaja dentro de las estaciones de Grand Central o Pensilvania, es decir, reconocidos lugares del «Midtown Manhattan».
Coney Island, una playa con varias atracciones en Brooklyn, o cualquier tipo de desfile, boda o graduación son otros de los destinos en los que le gusta fotografiar a las personas.
Siempre elige sitios donde la gente está feliz y, medio en broma medio en serio, dice que lo que a él más le gusta fotografiar son mujeres bonitas.
Aproximadamente cada día saca una veintena de fotos y acepta lo que llama «una donación» por cada retrato de entre 50 y 100 dólares.
Cuando alguien es retratado por este elegante octogenario no solo se lleva la foto firmada y la bombilla azul fundida tras el uso del flash, sino también una conversación con el autor.
Mendes siempre guarda la foto que acaba de sacar en su bolsillo el tiempo que se desvela, proceso que suele durar un par de minutos.
Una vez la cara del retratado sale a la luz, el fotógrafo entrega la fotografía al cliente y nunca más vuelve a verla.
A Mendes, pese a siempre estar serio, le gusta que la gente le pregunte por su cámara.
Cuando ve que alguien le saca una foto con el teléfono o cámara digital siempre anima a la persona a que le enseñe la foto e incluso posa con su reliquia para que le vuelvan a retratar con un mejor ángulo.
Además, anima a que suban la foto usando el hashtag #LouisMendes, para que así su representante -pues tiene un «manager», Raymond Ortiz-, suba después la imagen a sus redes sociales.
“Era muy tímido cuando era joven, pero la cámara hizo que perdiera mi timidez”, anota.
Con el paso del tiempo sus fotos se han ido volviendo más valiosas para la gente, ya que en la década de los sesenta era un fotógrafo más, mientras que ahora es el único que saca este tipo de fotos por las calles de la Gran Manzana.
Pero también porque la foto en sí cada vez es más rara, pues la gente no imprime las cientos de imágenes que saca con su teléfono.
Mendes ha notado que en este más de medio siglo también ha cambiado la manera en la que le trata la gente: antes notaba que las personas le miraban, pero no se acercaban porque tenían miedo de entablar una conversación con él por el hecho de ser un hombre negro.
“No es fácil, pero ese es el desafío de la vida”, concluye.
EFE
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